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Claudio Napolitano, 49 años. Fotógrafo

“Al momento del terremoto estaba en el límite de la colonia Roma Sur con Doctores, justo en el viaducto Miguel Alemán, en una calle llamada Tanana. A dos edificios de donde yo estaba se desplomó otro. Tardé en reaccionar para grabar, porque me pareció muy feo capturar imágenes de lo que estaba pasando, de la desesperación de la gente. Estaba en el fisioterapeuta, ajustándome unas hernias discales. Estaba en la camilla. Ya estaban terminando. Estaba totalmente relajado, casi dormido. La doctora me dijo que podía dormir una siesta si quería, mientras llegaba el próximo paciente. Entre lo adormecido que estaba me di cuenta que comenzó a moverse todo y la señora me dice: ‘Don Claudio, está temblando, salga corriendo’. Justamente dos días antes hablé con un amigo arquitecto y me dijo que lo ideal era quedarse en los edificios que hayan sido construido dentro de los códigos después del terremoto de 1985. Yo estaba en la disyuntiva de si quedarme adentro o salir corriendo. La verdad es que tembló tan feo que yo me caía de un lado a otro. Me caí como cuatro veces en el consultorio, que estaba en planta baja y me tardé muchísimo en salir. Se me cayó todo de los bolsillos: el celular, las tarjetas, la billetera. En lo que me levantaba me volvía a empujar otra vez el movimiento del suelo. Por instinto salí al medio de la calle, que es más peligroso a veces por los cables de electricidad que se sueltan. La gente corría por todos lados. Uno salió desnudo con la espuma de afeitarse en la cara. Se estaría duchando. De pronto oí el estruendo, muy fuerte. Caminé hacia el lugar porque vi una nube blanca de humo en un edificio a distancia. Yo estaba al voltear la cuadra, en el lateral de ese edificio. Cuando llegué, vi que se había caído todo eso. Saqué la cámara y comencé a grabar. Traté de grabar Instagram en vivo pero no había señal, lo que me importaba era avisar a través de una red a mi familia que yo estaba bien, pero no había manera de comunicarme. Seguí grabando, avisando en las redes que le avisaran a mi familia. No sé por cuál pudieron enterarse. Después logré hablar con mi mamá por WhatsApp, luego con mi esposa. Me quedé más tranquilo de que ellos sabían que yo estaba bien. Crucé la avenida y presencié el resto del daño. De allí me fui al Airbnb donde me estaba quedando. En la vía para ese lugar vi que dos bombonas de gas explotaron en el techo de un edificio. Había mucho olor a gas. Me mandaron a desalojar de donde yo estaba por el olor a gas. Llegué a mi edificio, que estaba como a un kilómetro de distancia, quizás un poquito más, con la marea de gente que iba caminando. El edificio donde yo me estaba quedando tenía todos los vidrios rotos, completamente. Las puertas estaban abiertas, así que subí hasta mi habitación, recogí todo porque el edificio estaba un poco torcido, doblado. Pensé que ahí no iba a poder dormir. Efectivamente los bomberos nos desalojaron. Como el edificio donde tengo la oficina es de concreto, hecho por arquitectos con códigos resistente a los sismos, me fui a la oficina. Muchos se quedaron a dormir en las oficinas porque no podían regresar a sus casas. Allí pasé la noche. Hubo una pequeña réplica en la madrugada. Ya se sentía muy poco, la verdad. Era muy fuerte imaginarse a toda la gente que estaba debajo de los escombros”.

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José Miguel Natera, 33 años. Investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana - Unidad Xochimilco

“Cuando comenzó a temblar, recogí las cosas y comencé a salir pero todo fue muy rápido. La alarma sísmica se escuchó unos segundos después de que empezó a temblar. Todo se movía en muchas direcciones. No me dio tiempo de llegar a las escaleras porque tenía que atravesar un pasillo largo. A mitad del recorrido me detuve con unos compañeros porque todo se estaba moviendo bruscamente. Las lámparas en el techo se movieron y chispearon un poco. Ellos se pegaron a una columna y yo me pegué a un librero, buscando el triángulo de seguridad. Esperamos a que pasara el temblor y fue un tiempo largo. Comenzamos a correr hacia las escaleras, que ya estaban llenas de escombro. Bajamos al estacionamiento y nos concentramos con las demás personas. Nos pidieron que nos quedáramos allí por si había alguna réplica. El personal de la universidad actuó muy bien. Esperamos alrededor de 45 minutos. Luego nos desalojaron. Cuando subí, me di cuenta de que había una grieta grande en la pared que colinda con mi computadora. Parecía que el muro se desfasó un poco del techo, porque también por fuera se cayó un pedazo del edificio. Afortunadamente todavía estaba en pie y pudimos entrar, sacar las cosas e irnos. De regreso a casa había muchísimo tráfico. Había mucho ánimo de solidaridad para que todos pudiéramos pasar en un tráfico infinito. Me tomó dos horas y media recorrer doce kilómetros. Al llegar a casa todo estaba bien porque hacia el sur de la ciudad tuvimos menos afectaciones. A la gente que está en el centro le fue peor. Fui a ofrecer ayuda a la Ciudad Universitaria. Nos pidieron que regresáramos al día siguiente porque ya había muchas personas y que vinieramos organizados. Ellos necesitaban que llegáramos en grupos para que puedieran asignar tareas sin tener que gestionar las conformación de los equipos. La gente llegaba con picos y palas. Algunos eran nuevos, fueron comprados exclusivamente para esto. Ha habido una respuesta solidaria de la gente y eso nos hace muy afortunados”.

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Isabel Puerta, 34 años. Gerente de compras de Walmart en Ciudad de México

“Tuvimos un simulacro en las oficinas a las 11:00 de la mañana. Bajé las escaleras un poco antes para evitar la acumulación de gente. Nos dejaron fuera del edificio media hora. Todo estuvo coordinado: puntos de reunión, de salida, brigadistas en cada piso y personal que iba indicándonos cómo movernos. 40 minutos más tarde regresamos a la oficina. A la 1:10 de la tarde estaba en el comedor de la empresa donde trabajo. Comía con tres compañeras en la terraza cuando comenzó a temblar. Como estábamos en una parte recubierta de madera, se sintió más el movimiento. Tardamos 3 o 4 segundos en darnos cuenta de que era un terremoto. En un primer momento no desalojamos el edificio. Como era el último piso nos quedamos en las zonas de seguridad, pegados a las paredes y columnas. Allí estuvimos todo el tiempo que duró el temblor. Se movió muchísimo. Estamos en un edificio hidráulico, cuyas bases se mueven para evitar que colapse. Pasado el temblor había mucha gente nerviosa, llorando, otros mareados. Esperamos unos segundos más y empezó el desalojo. Bajamos por las escaleras de seguridad. Parte de la pintura y el friso se había caído. Las personas que se encontraban en los pisos intermedios ya habían desalojado. Al salir a la calle nos ubicamos en la zona de seguridad, donde estaban los brigadistas. Cerraron el tráfico. Había un par de personas desmayadas. Nos tocó esperar una hora abajo. El personal de seguridad nos indicó que quienes quisieran irse podían hacerlo, pero que no podíamos ingresar al edificio hasta que revisaran que todo estuviese seguro. Las personas que tenían sus llaves y carteras comenzaron a irse. Yo esperé a que me dejaran entrar el edificio, eso ocurrió hora y media después. La mayoría buscamos nuestras computadoras por si nos tocaba hacer home office. Logré sacar mi carro y volví a mi casa que queda en la zona de Polanco, cerca de la oficina. El tráfico estaba completamente colapsado. En un trayecto de 10 minutos tardé 45. La gente caminaba desesperada buscando taxis, Uber, Cabify, Metro, autobús. Estaba muy complicado el tránsito. Al llegar a la casa revisé que todo estuviese bien, sólo había unas fotos caídas y la pintura de una pared rasgada. Vivo al lado de la Cruz Roja. Bajé a la sede y había muchísimos voluntarios entregando comida, agua y medicamentos. Pidieron motos para ayudar en el proceso. Las cargaban con agua y las enviaban a diferentes sitios, en grupos, a zonas donde había mayor tragedia. Pasé por un supermercado a comprar latas de atún, frijoles enlatados y agua. Ya no había alcohol ni gasas en la tienda. Todo lo habían comprado”.

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José Luis Beneyto, 42 años. Fotógrafo

“Vivo en Ciudad de México, en el Hipódromo Condesa, frente a Parque México. A la 1:20 de la tarde estaba en una llamada por Skype. No escuchamos ninguna alarma y comenzó a temblar. El temblor fue más fuerte que el del 7 de septiembre. Tuvimos que refugiarnos en casa. Después salimos corriendo y bajamos del edificio. Vimos que había varias fugas de gas. Yo vivo al lado de una escuela de gastronomía, donde hay muchas cocinas y había una fuga de gas importante. Tuvimos que salir corriendo a Parque México y refugiarnos allí. Lo primero que hice fue tratar de buscar a unos amigos que estaban en el barrio y confirmar que estuviesen bien. Después comenzamos a escuchar voces que pedían socorro desde un edificio próximo. El edificio se desplomó. La gente comenzó a sacar escombros como podían. Con mucho peligro, porque había fugas de gas en todo el barrio. No había Internet. Iba y volvía. Se fue la luz. Se pidieron insumos de primeros auxilios, palas, cubetas, agua, productos básicos para ese momento. Fue muy dura la experiencia. La única parte buena fue ver a todo el pueblo junto, ayudándose unos a otros. La electricidad no volvió a La Condesa hasta la medianoche. Había caos. En mi barrio se han desplomado cerca de cinco edificios. Hay muchos más que están afectados. Ahora mismo estamos saliendo a comprar materiales e insumos para lo que viene después, como enlatados, velas y ropa. También estamos preparados para ayudar. Lamentablemente Ciudad de México ha quedado muy herida”.

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Ileana García, 33 años. Periodista del área de comunicaciones de KPMG

“Cuando hay un terremoto en México repiten un mantra que dice: ‘No corro, no empujo, no grito’. A la 1:00 de la tarde, sentí que mi escritorio se estaba moviendo. Trabajo en un edificio de máxima seguridad, como la sede del Banco Mercantil en San Bernardino en Caracas. Nos pareció raro que se sintiera tan fuerte, cuando generalmente no se siente nada. El movimiento fue vibratorio, de arriba hacia abajo. Fue muy distinto al sismo del 7 de septiembre, que tuvo una intensidad de 8,2. Esa vez el epicentro fue más lejos, en Chiapas. Esta vez estuvo a dos horas de Ciudad de México. En ese momento me sentí súper nerviosa. Me temblaban las piernas. Muchos compañeros mexicanos fueron muy solidarios. Me pasaron mi celular, los lentes, que estaban fuera de mi alcance. Me tuve que sentar en el piso porque las piernas no me aguantaban. Le escribí a Gerardo, mi esposo. ‘Gerar, ¿cómo estás? Acá está temblando. Por favor, repórtate’. Me respondió: ‘Ile, no tienes idea de lo que está pasando en la casa’. Al rato me envió fotos de nuestro edificio, de cómo quedó: completamente agrietado, con escombros en el piso. La fachada rasgada completamente. Camino a casa me llamó: ‘Ile, logré subir a buscar el bolso de seguridad’. Se refería al bolso que teníamos ya preparado. Gerardo estaba en el supermercado cuando tembló. Se cayeron todas las sillas, todos los cuadros, un portarretrato de nuestra boda. La nevera se abrió, se salieron todas las cosas, inclusive las cubetas de hielo quedaron en el piso. Tomé un camión (autobús), había muchísimo tráfico. Tuve que bajarme y caminar poco más de media hora para llegar a la casa. Cuando llegué, encontré a mi esposo. Los cuerpos de Defensa Civil ya habían ido al edificio y ordenaron que nadie subiera, que si alguien lo hacía era bajo su propio riesgo porque el edificio estaba que se caía si lo soplaban. Mi esposo volvió a subir, sacó su computadora y algo de ropa. Estamos en casa de una amiga venezolana. Nuestro edificio por ahora está inhabitable. Todas nuestras pertenencias están allí. Gracias a Dios, las cosas más importantes como el dinero, pasaporte, la Forma Migratoria Múltiple, que es nuestro papel de residencia acá en México, están a salvo con nosotros. Ahora esperamos a que Protección Civil nos diga si podemos subir a buscar lo que nos queda, siempre y cuando sea seguro”.

Alfredo Estrella / AFP

La gente se apresura a liberar a posibles víctimas debajo de los escombros en un edificio derrumbado después del terremoto.

19 de septiembre de 2017. Ciudad de México

Ronaldo Schemidt / AFP

Los ciudadanos se ofrecieron voluntariamente para socorrer a las víctimas del terremoto, dos horas después de que se realizara un simulacro en la capital.

19 de septiembre de 2017. Ciudad de México

Raul Arboleda / AFP

Rescatistas levantan sus puños para pedir silencio y escuchar las voces de posibles sobrevivientes, sepultados bajo los escombros de un edificio que colapsó luego del terremoto.

19 de septiembre de 2017. Ciudad de México

Pedro Pardo / AFP

Voluntarios y autoridades recopilaron suministros de agua, comida y enseres para los sobrevivientes del sismo.

20 de septiembre de 2017. Ciudad de México

Yuri Cortez / AFP

Rescatistas, bomberos, policías, soldados y voluntarios buscan sobrevivientes en un edificio que se derrumbó después del terremoto.

20 de septiembre de 2017. Ciudad de México

Omar Torres / AFP

Registran en hojas de papel los nombres y apellidos de personas rescatadas y los hospitales a donde fueron referidas, cerca de una escuela donde murieron al menos 21 niños y 30 seguían desaparecidos un día después del terremoto.

20 de septiembre de 2017. Ciudad de México